Para quienes estamos involucrados con el tema de las ciudades y el cambio climático, la movilidad no motorizada constituye uno de los componentes fundamentales de la política de transporte y movilidad de una ciudad. Las propuestas para reducir la demanda de movilidad motorizada pasa por el diseño de políticas disuasivas para el automovilista y por una planeación urbana que evite los recorridos largos a través, por ejemplo, de localizar la vivienda en zonas con oferta de empleo y equipadas con todos los servicios urbanos y equipamiento.
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Foto: Gabriela Estrada Díaz |
Está ya tan documentado el impacto económico, social y ambiental de la dispersión del crecimiento urbano, como lo están también las enormes ventajas de la ciudad compacta, densa y mixta, por lo que no tocaré este tema, por ahora… sino más bien quisiera profundizar sobre el soporte material por excelencia que hace de una ciudad, un barrio o una calle caminables. Me refiero a las banquetas.
Son pocos los expertos, funcionarios públicos y representantes de los ciudadanos que destacan este componente esencial de una política de movilidad no motorizada: una banqueta amplia, plana y sin baches ni hoyos, limpia, accesible, sin obstáculos injustificados como arriates, jardineras, ambulantes, o con obstáculos necesarios para conducir el flujo peatonal y evitar la invasión de vehículos, con rampas en cada esquina para sillas de ruedas y carriolas, señalizada, en fin… la lista de cosas que sostiene una banqueta puede ser larga. Lo más importante que sostiene es al peatón – ciudadano.
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Foto: Juan Carlos Zentella Gómez |
Una banqueta estrecha no sólo es incómoda y peligrosa, sino que es un reflejo de la prioridad que le otorga la autoridad pública a los Derechos elementales de un ciudadano, en particular el Derecho a circular. Banquetas anchas en una ciudad es uno de tantos reflejos del grado de democratización de la autoridad que la gobierna. De igual forma, las banquetas de un metro de ancho de los grandes desarrollos habitacionales periféricos son uno de tantos reflejos de la falta de democratizar el Derecho a la ciudad, que se suma a la inaccesibilidad del tejido urbano, de empleos y servicios, en virtud de su lejanía.
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Foto: Juan Carlos Zentella Gómez |
Una de las formas más acabadas de democratizar la ciudad además de ofrecer banquetas generosas, es la peatonalización de una calle. Ambos escenarios tienen la enorme virtud de inducir al ciudadano a optar por la caminata como forma de transporte en distancias cortas, lo que fomenta el comercio al pormenor, genera riqueza, empleo y eleva los precios del suelo urbano en beneficio de los propietarios y del mismo gobierno local, al recaudar mayores impuestos a la propiedad inmobiliaria.
El diseño urbano en general, y el diseño de las banquetas en particular, además de contener un valor económico para la ciudad, deben ser valorados tanto como una política integral de movilidad sustentable de la que forman parte. Hay que reconocer, sin embargo, que la movilidad peatonal supone una política urbana centrada en el barrio y la colonia con centralidades relativa o totalmente consolidadas que operan como imanes, por lo que barrios y colonias «sin centralidades» (piénsese en los grandes desarrollos habitacionales periféricos), son barrios en los que hay que trabajar simultáneamente dicha centralidad y un diseño atractivo y vibrante de circuitos peatonales integrados por banquetas anchas, parques y espacios públicos y fundamentalmente, empleo y actividad económica que genere demanda de vivienda y atraiga ciudadanos, el talón de Aquiles de muchos desarrolladores de vivienda.
Juan Carlos Zentella Gómez
Local & Global Ideas
twitter: @jczentella
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